En un principio era Achamán, dios poderoso y eterno que se bastaba a sí mismo. Antes de él sólo había la nada y el vacío, el mar no reflejaba el cielo y la luz aún carecía de colores. Achamán también se llamaba Abora y también Alcorac. A él debían su existencia las criaturas, pues creó la tierra y el agua, el fuego y el aire, y toda la vida que en ellos cabía. Achamán habitaba las alturas y a veces las cumbres de las montañas para regocijarse contemplando lo que ante su mirada se avivaba.
Un día se detuvo Achamán en la cima de Echeyde. Desde allí su obra le pareció más bella y perfecta, como si la descubriese por vez primera, y pensó que debía compartirla. Entonces decidió hacer a los seres humanos para que también ellos admirasen lo creado, para que de ellos hicieran uso y para que lo conservasen.
Achamán, y sus varianes en Amazigh insular: Achuhuran, Achahucanac (Dios Grande y Sublime), Achguayaxerax, Achoron, Achaman (el Sustentador de los Cielos y la Tierra)
La Cueva de Los Candiles es otra de las visitas tradicionales. Está enclavada en la Montaña de Artenara y su importancia radica en la decoración de sus paredes, en las que se aprecian grabados rupestres
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